Como les prometí hacer un par de semanas, hoy les cuento
sobre mi experiencia con la masa madre pasados unos cuantos días de haber hecho
la original.
Después de haber hecho los dos primeros panes la conservé en
la heladera y una vez por semana le agregué una cucharada de harina para “alimentarla”.
Ayer a la noche la saqué para que tome temperatura ambiente y reviva el
fermento y hoy a la mañana la usé para hacer un pan integral, esta vez con
agregado de semillas de girasol.
El proceso de elaboración fue el mismo de la vez pasada,
pero ahora le agregué un 10% de harina común y tardó mucho menos en levar y la miga quedó un
poco más aireada. El sabor también mejoró, bajó la acidez y el gusto a fermento
fue más leve también.
Creo que más allá del pequeño porcentaje de harina blanca
que agregué, lo importante es que la
masa madre fue tomando fuerza, y realmente el resultado del paso del tiempo fue
increíblemente bueno.
No sé cuánto durará, pero yo la voy a seguir alimentando y
tengo la esperanza de poder seguir disfrutando de este milagro en mi cocina, por
los siglos de los siglos.
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