El primer lugar que conocimos fue un pintoresco restaurant ubicado en las afueras de Atenas, más precisamente frente al Templo de Poseidón; enmarcado en un paisaje único, en la cima de una montaña, rodeado por el mar Egeo. El Templo está en medio de la nada misma, por lo que creímos que al ser el único establecimiento en la zona nos iba a resultar caro, pero nos llevamos una grata sorpresa. Comimos pulpo grillado, una gran ensalada griega (tomate, pepino, olivas negras, cebolla y queso feta), y unos bocaditos de queso de cabra fritos, todo acompañado por pan de sésamo y una jarra de agua helada y gastamos menos de €30 (éramos 4, y comimos bien).
Antes de seguir, vale la pena aclarar que en la mayoría, sino en todos, los restaurants de Atenas, comas lo que comas, te traen a la mesa una jarra de agua sin cargo, y hay que aprovecharla porque es de muy buena calidad. A la tardecita fuimos a pasear por los barrio de “Psiri” y “Monasteriki”, donde hay dos o tres cuadras llenas de restaurants donde podés cenar a los pies de la Acrópolis, que cuando cae el sol se ilumina completamente creando un ambiente casi mágico. Tengo que reconocer que no fue fácil elegir un lugar, y menos después de aguantar casi una hora de acoso por parte de los mozos que tratan de convencerte a los gritos de que te quedes a comer allí; pero finalmente nos quedamos en “Diodos”, y no nos equivocamos. Nos avisaron que muchos platos eran para compartir, así que pedimos uno de “Gyros” de cerdo y un mix de mariscos. Los “Gyros” vienen acompañadas por tomates, cebollas, y una crema de queso con pepino rallado, muy rica. El mix de mariscos incluia calamares, pulpo, langostinos, rabas, tomate, pepino, papas con aceite de oliva y otra crema de queso deliciosa. Casi no pudimos terminar los platos, y una vez dispuestos a pagar, llegó de sorpresa el postre como invitación de la casa, una base de sémola muy humedecida con almíbar, una crema pastelera super suave, y una cubierta finísima de merengue italiano espolvoreada con canela (de la mejor), increíble. Acompañamos el “banquete” con un vino blanco típico de la zona, muy frutado, y la infaltable jarra de agua helada, y gastamos €40, con propina incluida.
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