domingo, 9 de octubre de 2011

Siga la Vaca, ¿parrilla o salad bar?...

El sábado a la noche decidimos aprovechar unas invitaciones que teníamos para ir a cenar a “Siga la Vaca” y elegimos la sucursal de San Isidro. Para aquellos que no conocen el sistema les cuento que se paga un cubierto por persona (el día más caro es $93, excepto en Pto. Madero que es de $110) y el mismo incluye toda la comida (entradas, guarniciones, parrilla), bebida (agua libre y a elegir entre 1 vino y una jarra de gaseosa o de cerveza), y un postre (hay mucha variedad). Créanme si les digo que un vegetariano sería feliz en este lugar. Para sorpresa de muchos la mesa de entradas, además de algunos quesos, fiambres y carnes frías, ofrece muchísimas y riquísimas preparaciones a base de verduras (ensalada waldorf, rusa,  caprese, coleslaw,  espárragos, escabeches, champiñones a la provenzal, batatas acarameladas, tarta tipo pascualina, tortilla, pickles, aceitunas, cebollas al vino tinto, y más). Y por si esto fuera poco, hay dos mesas llenas de vegetales  para armarte tu propia ensalada, donde podes encontrar lechuga, tomate, zanahoria, rúcula, espinaca, champiñones crudos, remolacha, choclo, chauchas, brócolis, además de puré de papa y calabaza. Todo es muy fresco y lo reponen constantemente. Si queres papas fritas, te las lleva el mozo directo a la mesa. 



 Ahora pasemos a la parrilla, que es lo que debería destacarse aquí. Digo “debería” porque, aun siendo buena, creo que no cubrió las expectativas. De los cortes que probamos, sólo critico el matambre vacuno (buena cocción, pero dura la carne) y la morcilla (rica, pero la sirvieron fría), el resto –chinchulines, chorizo, pechito y matambrito de cerdo, vacío, asado- excelentes. El mayor problema fue que muchos de los cortes que figuran en la pizarra no existían, como la entraña o el solomillo de cerdo.  Otro punto en contra es que hay una sola parrilla para todo el salón, y dada la dimensión del lugar y el hecho de que es autoservicio, el camino de regreso a tu mesa puede hacerse eterno y por mucha voluntad que ponga el parrillero, la comida termina llegando tibia.

Finalmente llegó la hora de los postres. Debo decir que en general la presentación y la calidad son muy buenas, así como la posibilidad de elegir entre muchas opciones. Como pastelera de alma y oficio que soy,  no pude evitar que una de las elecciones fuera el “volcán de chocolate”, es la prueba de rigor, y lamentablemente la prueba no fue superada con éxito: quien tuvo la ardua tarea de desmoldar el volcán, no lo hizo con suficiente delicadeza y llegó a la mesa algo que parecía un sombrero flotando sobre el río. Más allá del inconveniente, el sabor y la textura estuvieron muy bien logrados, y la decoración que completaba el plato, también. El otro postre fue un flan mixto, bien casero, sin objeciones.


La conclusión de la noche fue: existen muchas parrillas de barrio que ofrecen menú libre más completo (acá no hay ni provoleta ni mollejas, por ejemplo), de igual o mejor calidad y a mitad de precio. El salad bar es excelente, sí, pero no justifica los casi $100 de cubierto.
 

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